Tras la revolución democrática de 1868, en la que no había participado, contribuyó al afianzamiento del nuevo régimen ocupando diversos cargos políticos: fue diputado en las Cortes constituyentes, director general de Obras Públicas (1868-69), ministro de Fomento (1869-70 y 1872) y ministro de Hacienda (1872-73). Participó activamente con Ruiz Zorrilla en la fundación del Partido Radical.
Tras el hundimiento de la monarquía de Amadeo de Saboya (1873) apoyó el efímero régimen de la Primera República, a la que sirvió encargándose por dos veces del Ministerio de Hacienda (en 1873 y 1874). A él se deben medidas como la Ley de Bases de Ferrocarriles (1870) o el monopolio de emisión de billetes del Banco de España (1874).
Siguió fiel a sus ideales republicanos tras el pronunciamiento de Martínez Campos que restauró la Monarquía (1874). No obstante, participó como diputado en las Cortes monárquicas de 1876, a fin de poder defender su gestión de las críticas de los conservadores. Luego participó con Martos y Salmerón en la fundación del Partido Republicano Progresista (1880) y, finalmente, aceptó entrar en la política del régimen de la Restauración, formando parte del ala izquierda del Partido Liberal de Sagasta.
Fue en su época un hombre de inmenso prestigio, presidente del Ateneo de Madrid (1888), director de la Real Academia Española (1896), senador vitalicio (1900) y dos veces presidente de la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (1894-96 y 1901-16).
Fue también autor dramático, con gran éxito entre el público de la época, aunque desprovisto de valores literarios visto desde nuestros días; no obstante, en 1904 la Academia sueca le concedió el Premio Nobel de Literatura, decisión que escandalizó a las vanguardias literarias españolas y, en particular, a los escritores de la generación del 98. En virtud de su prestigio fue llamado nuevamente a la cartera de Hacienda en un gobierno presidido por Montero Ríos (1905).
Por Miguel Ángel Ibáñez
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